Si bien el resultado de nuestro trabajo pedagógico estará mediatizado por los procesos cognitivos y afectivos, por el nivel sociocultural de los estudiantes, además del contexto donde lleva a cabo su labor profesional; la calidad de nuestra formación profesional y humana influirán significativamente en el proceso formativo.
La forma como nos relacionemos con nuestros estudiantes determinará en gran medida la calidad de los aprendizajes de ellos. Si bien las estrategias didácticas son determinantes para el aprendizaje, estas deben complementarse con una disposición o actitud positiva. La combinación de estos dos componentes, técnico y actitudinal, deben darse conjuntamente para lograr efectividad en el aprendizaje.
Como buenos profesores no sólo explicamos bien los contenidos, sino todo lo que ayuda a adquirir el aprendizaje, facilitando la adquisición de conceptos, procedimientos, actitudes, valores y normas, de modo que nuestros estudiantes se desarrollen como personas. Como buenos profesores no solo logramos que nuestros estudiantes adquieran los conocimientos relacionados con la asignatura que impartimos, sino que logramos que nuestros estudiantes aprendan a ser buenas personas, para ello nos comprometemos con la creación de un clima de aula que favorezca el aprendizaje y la comunicación en todas las direcciones, estando siempre dispuesto a oír a nuestros alumnos en sus problemas y ayudándolos a resolverlos; averiguamos sus intereses de manera de motivarlos permanentemente por el estudio y por los valores de todo tipo, intelectuales, éticos, estéticos, y trascendentales, en relación a sí mismo y a las personas con quienes diariamente interactúa.
Finalmente, podemos decir “que como buenos profesores no sólo nos aseguramos que nuestros estudiantes logren la excelencia en lo académico, sino que también nos aseguramos que logren la excelencia en lo valórico”